Gordon Hayward y el suero del supersoldado
Peinado impoluto, sonrisa “profident” y una vida ejemplar contemplan a este alero de poco más de dos metros que vive en estos playoff de 2017 su eclosión como jugador. Y no ha sido fácil.
Nuestro Steve Rogers, como el de los comics, llegó a Utah
siendo un enclenque muchacho de Indiana que los dinosaurios de la franquicia,
en aquel entonces Deron, Kirilenko y compañía veían demasiado espigado para
liderar nada. Lo escogieron los Jazz en la novena posición de aquella lotería
de 2010. Un solo puesto más abajo y habría acabado en su adorados Pacers. En su
casa. En Indiana. Donde había crecido y donde había estudiado y el lugar en el
que el equipo de su universidad, los Bulldogs de Butler, se convirtieron en un
fenómeno de masas con su llegada.
La eliminatoria entre Jazz y Clippers tiene nombre propio.
Al margen del eterno Chris Paul, la figura de un chico blanco de Indiana domina
esta serie con mano de hierro. Gordon Hayward, el hijo y yerno perfecto llegado
de la meseta, un poco más arriba y a la derecha que Superman, reivindica sin
ruido su sitio entre las estrellas.
Hayward es un chico modelo. Un Steve Rogers moderno que ha
cambiado el escudo y viajes interdimensionales por un balón naranja y la vida
retirada en el estado mormón de Utah. Donde apenas hay ruido más allá de las
siete de la tarde. Peinado impoluto, sonrisa “profident” y una vida ejemplar
contemplan a este alero de poco más de dos metros que vive en estos playoff de
2017 su eclosión como jugador. Y no ha sido fácil.
Nuestro Steve Rogers, como el de los comics, llegó a Utah
siendo un enclenque muchacho de Indiana que los dinosaurios de la franquicia,
en aquel entonces Deron, Kirilenko y compañía veían demasiado espigado para
liderar nada. Lo escogieron los Jazz en la novena posición de aquella lotería
de 2010. Un solo puesto más abajo y habría acabado en su adorados Pacers. En su
casa. En Indiana. Donde había crecido y donde había estudiado y el lugar en el
que el equipo de su universidad, los Bulldogs de Butler, se convirtieron en un
fenómeno de masas con su llegada.
En Utah fueron más fríos y cuando la franquicia decidió
apostar por él como pilar de su reconstrucción, allá por 2011, muchos
aficionados y periódicos criticaron su decisión. Y una vez más, el chico
perfecto, no defraudó. Ganó 10 kilos de masa muscular y en la temporada
2011/2012 fue el único jugador de la plantilla en jugar los 66 partidos de
aquella “Regular Season” lastrada por el “lockout”. Un supersoldado.
Hayward promedió 12 puntos, 4 rebotes y 3 asistencias, y,
junto a Jefferson y Millsap, situó a los Jazz en play off con un récord de 36
victorias y 30 derrotas. Sin ruido. Con una sonrisa. A las siete la cena y a
las nueve en la cama. Entrenamiento a las 6’30 A.M, como en Butler. La prensa
cambió y los exigentes aficionados de aquel mítico Delta Center rebautizado le
colgaron el cartel de paladín de los Jazz y símbolo máximo de la franquicia.
En esta temporada Gordon ha sido All-Star y, sin perder el
peinado, se ha vuelto a meter en playoff y a punto parece de deshacerse de la
eterna promesa, que pronto dejará de serlo, de los Clippers. 3-2 para Utah y la
serie viaja a la agitada cancha de Salt Lake City.
El partido de la pasada madrugada, recuperado de una
intoxicación que le impidió participar plenamente en el cuarto choque de la
serie, Hayward, secundado por su Bucky particular, el resucitado Joe Johnson,
se fue hasta los 27+8+4+2 con un 9/16 en tiros. Sin hacer ruido.
Steve Rogers creció, acosado por matones, en el Lower EastSide de Nueva York. Y pese a su enclenque figura, nunca se dio por vencido.
Nunca retrocedió. La historia cuenta que, precisamente por eso, fue elegido por
el ejército para probar en sus carnes el suero del súper soldado y convertirse,
a la postre, en el gran campeón de América. El paladín de la libertad y símbolo
máximo del sueño americano.

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