Ricky Rubio: Regreso a Nunca Jamás
El baloncesto ha recuperado a Ricky Rubio. Y, sobre todo, él se ha encontrado consigo mismo.
El de El Masnou ha dinamitado su récord personal de anotación en un partido, el de esta pasada madrugada, que no ha sido más que la culminación de un proceso que se comenzó a pergeñar a principios de esta temporada, maduró tras el All-Star (ese timo) y eclosionó en los últimos quince días.
Ricky ha vuelto a donde lo dejó. A sus primeros años en Minnesota y, todavía más lejos, a sus juegos en Badalona. Cuando todo no era más que baloncesto y diversión. Y crecer jugando. O jugar creciendo.
La isla de las sirenas estaba enfangada y Garfio, avejentado y triste, añoraba aquellas batallas sin normas para sentirse joven otra vez. Y la estrella, segunda a la derecha, había dejado de titilar para señalar el camino. Y
Ricky se hizo mayor antes de tiempo. Y, junto a las malditas lesiones, perdió la ilusión del niño que llegó a marcar 100 puntos en un partido o aquel que, casi imberbe, jugaba con gigantes en Badalona. Aquel que llegó a la NBA después de deslumbrar en una Olimpiada y saltaba a la cancha, “sonrisa profident” para enamorar con su desparpajo a la fría Minnesota: -¡Enjoy!- le gritaba a un mustio Alex Shved cuando compartían camiseta hace unos años.
Estaba su tiro. Ese lastre enarbolado por los “Trolls”. Como los que decían, en su día, que Mike y Nash no defendían, que Pau es “blandito” o que Kobe “es muy bueno pero se las tira todas” (hay gente para todo) Y perdió sus pensamientos felices. Y no pudo volar durante muchos meses. Hasta le buscaron otra casa en no pocas ocasiones.
En el partido que los Wolves ganaron a los Lakers, Ricky se fue a los 33 puntos, su récord de anotación que además adornó con su habitual número de asistencias (10), cinco rebotes y dos robos de balón. Culmina así una semana, la última, con cuatro partidos por encima de los 20 puntos.
El término síndrome de Peter Pan se lo inventó en 1983 el Doctor Dan Kiley que lo ilustró en un libro, The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up («El síndrome de Peter Pan, la persona que nunca crece»). Y la psicología popular, aunque no así la clínica, lo ha aceptado para definir la personalidad de un adulto que, para resumir rápidamente, vive atrapado en su etapa adolescente.
Como Peter, Ricky necesita sentirse niño para rendir a su mejor nivel. Sin ataduras, sin casi normas. Pensamientos felices para poder volar. Porque los niños, cuando no dejan de serlo, son pájaros. Como los bebés. Con la imaginación y la diversión por bandera. Ricky ha vuelto a Nunca Jamás y, en este caso, bendito Síndrome Peter Pan.

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