Melo’s blues: canción triste de Nueva York
En diez años, en aquella esquina de la Quinta o en Chinatown, los niños seguirán comprando camisetas de los Knicks con el siete a la espalda.
Blues es melancolía. O tristeza. En su origen hace referencia a los blue devils, diablos azules o espíritus caídos, que cantaban, sin acompañamiento alguno, los trabajadores negros pobres en distintas variedades regionales a lo largo y ancho de todo Estados Unidos.
La nostalgia, esa melancolía que empapa el blues, es la que nos permite ver, en la distancia, muchas de las decisiones que hemos tomado a lo largo de nuestra vida. Y arrepentirnos. O no.
El trade deadline de la NBA toca a su fin el próximo 23 de febrero y las franquicias, unas más y otras menos, se apuran en revisar sus cromos para ver si pueden deshacerse de lastre o, en su caso, seducir a las más bonitas del campus.
En esa especial vorágine de cortejo para el baile de fin de curso, aparecen nombres de todo tipo: Brook López, Rajon Rondo, Jimmy Butler, Okafor, Ricky, Noel….y otros tantos. Y en medio de toda esa amalgama heterogénea está el bueno de Melo que, hasta hace bien poco, no se había visto, retirado y nostálgico, en otro lugar que en su New York natal.
Melo es uno de esos jugadores que, por mucho que cambie de aires, siempre será el 7 de los Knicks. Como Wade siempre será de los Heat, Nash de los Suns, Mullin de los Warriors, Iverson de Philly o Pierce de los Celtics.
¿Alguien recuerda a Malone con la camiseta de Lakers si no es para reprochárselo?; ¿A Ewing vestido de los Sonics o de Orlando?, ¿Payton en Boston? ¿Se imaginan a Kobe con una camiseta que no sea amarilla y púrpura? ¿A Magic? ¿Larry fuera de los Celtics? ¿Nowitzki en Houston? Difícil. Y triste. Muy blues. T-Mac nunca debió salir de Orlando. Ni Vince de Toronto. Ni Scottie de Chicago ni J-Will de Sacramento. Por mucho anillo que ganase después con Miami. Si me apuran ¡ni KD de Oklahoma!
¿Quién recuerda que Payton ganó aquel anillo con los de Florida? Siempre será el guante de Seattle. Lo otro es accesorio. Y le recordamos por sus alley-oops a aquella bestia con el 40 a la espalda. Y por sus robos. No por ganar un anillo que, para muchos, siempre será el de D-Wade, Zo y Shaq.
Melo está en esa encrucijada. Entre el amor a los Knicks, el desamor de parte de la afición y los cantos de sirena, dicen que de Cleveland, para ganar un anillo que tal vez no llegue porque hay unos tipos en la Bahía de Oakland que no se lo van a poner fácil.
Las aguas bajan revueltas en Manhattan. Los de Hornacek son, sólo después de sus vecinos de Brooklyn, el peor equipo de la liga desde Navidad con sólo seis victorias en 23 partidos. Su escandalosa derrota frente a los BabyLakers de hace un par de días no ha ayudado nada. Jennings insinúa que no hay intensidad; Lee pide perdón a la grada y mira a la relación Jackson-Melo; Rose. ¿Dónde está Rose? Y Porzingis habla de “falta de confianza”… Más gasolina.
Suena un blues cerca del Madison que abuchea al que fuera su héroe. En la Octava con Broadway alguien toca el saxofón a la boca del metro. Melo no está. Y New York, entre humo de alcantarilla y bajo un cielo plomizo de febrero, se pone triste. Ya nadie pasea cerca del Pier Café.
En diez años, en aquella esquina de la Quinta o en Chinatown, los niños seguirán comprando camisetas de los Knicks con el siete a la espalda. El blue devil. El espíritu caído.
Blues es melancolía. O tristeza. En su origen hace referencia a los blue devils, diablos azules o espíritus caídos, que cantaban, sin acompañamiento alguno, los trabajadores negros pobres en distintas variedades regionales a lo largo y ancho de todo Estados Unidos.
La nostalgia, esa melancolía que empapa el blues, es la que nos permite ver, en la distancia, muchas de las decisiones que hemos tomado a lo largo de nuestra vida. Y arrepentirnos. O no.
El trade deadline de la NBA toca a su fin el próximo 23 de febrero y las franquicias, unas más y otras menos, se apuran en revisar sus cromos para ver si pueden deshacerse de lastre o, en su caso, seducir a las más bonitas del campus.
En esa especial vorágine de cortejo para el baile de fin de curso, aparecen nombres de todo tipo: Brook López, Rajon Rondo, Jimmy Butler, Okafor, Ricky, Noel….y otros tantos. Y en medio de toda esa amalgama heterogénea está el bueno de Melo que, hasta hace bien poco, no se había visto, retirado y nostálgico, en otro lugar que en su New York natal.
Melo es uno de esos jugadores que, por mucho que cambie de aires, siempre será el 7 de los Knicks. Como Wade siempre será de los Heat, Nash de los Suns, Mullin de los Warriors, Iverson de Philly o Pierce de los Celtics.
¿Alguien recuerda a Malone con la camiseta de Lakers si no es para reprochárselo?; ¿A Ewing vestido de los Sonics o de Orlando?, ¿Payton en Boston? ¿Se imaginan a Kobe con una camiseta que no sea amarilla y púrpura? ¿A Magic? ¿Larry fuera de los Celtics? ¿Nowitzki en Houston? Difícil. Y triste. Muy blues. T-Mac nunca debió salir de Orlando. Ni Vince de Toronto. Ni Scottie de Chicago ni J-Will de Sacramento. Por mucho anillo que ganase después con Miami. Si me apuran ¡ni KD de Oklahoma!
¿Quién recuerda que Payton ganó aquel anillo con los de Florida? Siempre será el guante de Seattle. Lo otro es accesorio. Y le recordamos por sus alley-oops a aquella bestia con el 40 a la espalda. Y por sus robos. No por ganar un anillo que, para muchos, siempre será el de D-Wade, Zo y Shaq.
Melo está en esa encrucijada. Entre el amor a los Knicks, el desamor de parte de la afición y los cantos de sirena, dicen que de Cleveland, para ganar un anillo que tal vez no llegue porque hay unos tipos en la Bahía de Oakland que no se lo van a poner fácil.
Las aguas bajan revueltas en Manhattan. Los de Hornacek son, sólo después de sus vecinos de Brooklyn, el peor equipo de la liga desde Navidad con sólo seis victorias en 23 partidos. Su escandalosa derrota frente a los BabyLakers de hace un par de días no ha ayudado nada. Jennings insinúa que no hay intensidad; Lee pide perdón a la grada y mira a la relación Jackson-Melo; Rose. ¿Dónde está Rose? Y Porzingis habla de “falta de confianza”… Más gasolina.
Suena un blues cerca del Madison que abuchea al que fuera su héroe. En la Octava con Broadway alguien toca el saxofón a la boca del metro. Melo no está. Y New York, entre humo de alcantarilla y bajo un cielo plomizo de febrero, se pone triste. Ya nadie pasea cerca del Pier Café.
En diez años, en aquella esquina de la Quinta o en Chinatown, los niños seguirán comprando camisetas de los Knicks con el siete a la espalda. El blue devil. El espíritu caído.

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